Walter Benjamín crítico literario alemán decía ya en los años 30`S que “ Para cualquier niño educado en la algarabía de la señales, iba a resultarle duro sino imposible encontrar el camino de vuelta al silencio que exige un libro…” lo que nunca supo era la altura de su profecía, nunca imaginó lo precisas que serían sus palabras ya para el inicio de la segunda década del siglo XXI, las señales a las que se refería eran los inicios la publicidad en revistas y la televisión, actualmente es la imagen e información en Internet, tan efímera y tan rápida de ver y desechar.
Benjamín parecía añorar el regreso de los niños a los libros y hablaba del silencio, ese que pareciera llevarte a contemplar.
En la arquitectura mucho se ha hablado sobre los “elementos de diseño” y en las aulas de arquitectura se bombardea al estudiante con ideas abstractas que luego pedimos volver físicas y evidentes, y no es necesario decir que no es algo fácil.
Con el tiempo y pasando paginas a la izquierda vamos observando que los grandes exponentes de la arquitectura usan exactamente los mismos elementos en sus diseños (los buenos) pero poco a poco se van poniendo más intensos, mas filosóficos, esa arquitectura de obras pensadas metafísicamente resulta ser siempre arquitectura de la mayor calidad y ya acostumbrados a creer que eso solo sucede en países y sociedades fuera de nuestro universo social posible, imaginamos que nunca tendremos la posibilidad de vivir espacialmente una obra poderosa a los sentidos, pero nos equivocamos, Miguel Ángel Bounarroti paseó por el centro de San Salvador y pudo ser la única vez que eso sucedió, pero sucedió…
Robert Hughes crítico de arte, decía que una obra no debería de necesitar a su autor al lado explicándola, y en el corazón de San Salvador el escultor Rubén Martínez creo una iglesia que cada vez que la visito me explica ella misma algo nuevo, siempre, la iglesia del El Rosario frente a la plaza Libertad es un edificio sublime, una especie de mole vacía de concreto que pareciera un pez gigante que emerge del agua y atrapa una bocanada de aire y queda congelada en el acto, ese aire atrapado es espacio, espacio congelado y atrapado para nosotros, esa iglesia es espacio, espacio encerrado en una estructura, de materiales francos, vivos, toscos, sencillos, pobres y sin opulencias ni grandes deseos de grandeza, en esencia salvadoreños.
En la arquitectura mucho se ha hablado sobre los “elementos de diseño” y en las aulas de arquitectura se bombardea al estudiante con ideas abstractas que luego pedimos volver físicas y evidentes, y no es necesario decir que no es algo fácil.
Con el tiempo y pasando paginas a la izquierda vamos observando que los grandes exponentes de la arquitectura usan exactamente los mismos elementos en sus diseños (los buenos) pero poco a poco se van poniendo más intensos, mas filosóficos, esa arquitectura de obras pensadas metafísicamente resulta ser siempre arquitectura de la mayor calidad y ya acostumbrados a creer que eso solo sucede en países y sociedades fuera de nuestro universo social posible, imaginamos que nunca tendremos la posibilidad de vivir espacialmente una obra poderosa a los sentidos, pero nos equivocamos, Miguel Ángel Bounarroti paseó por el centro de San Salvador y pudo ser la única vez que eso sucedió, pero sucedió…
Robert Hughes crítico de arte, decía que una obra no debería de necesitar a su autor al lado explicándola, y en el corazón de San Salvador el escultor Rubén Martínez creo una iglesia que cada vez que la visito me explica ella misma algo nuevo, siempre, la iglesia del El Rosario frente a la plaza Libertad es un edificio sublime, una especie de mole vacía de concreto que pareciera un pez gigante que emerge del agua y atrapa una bocanada de aire y queda congelada en el acto, ese aire atrapado es espacio, espacio congelado y atrapado para nosotros, esa iglesia es espacio, espacio encerrado en una estructura, de materiales francos, vivos, toscos, sencillos, pobres y sin opulencias ni grandes deseos de grandeza, en esencia salvadoreños.
Miguel Ángel Bounarroti, el gran escultor italiano convertido a pintor de la capilla Sixtina tuvo en sus manos exactamente el mismo dilema de Rubén Martínez, el mismo.
Durante siglos la representación de lo divino fue un reto en lo simbólico, la trinidad cristiana se valía del egocentrismo humano y daba figura masculina a Dios Padre y Dios hijo, pero el Espíritu Santo fue un problema, muchos dieron solución a esto en arte durante siglos pero fue Miguel Ángel quien dio la mejor, nada, el vacío.
En el techo de la capilla Sixtina el pintor (que veía como escultura) mostró al papa Julio II su idea de la vida y del espíritu santo creándola, ubicó la figura de un Creador severo dando vida a un Adán placido, extendiendo ambos sus manos y sus dedos índices, pero ahí el pintor dejo el espacio, jamás se tocan, no hay nada entre ellos y deja al espectador imaginando que sucede, y lo hace creer en lo que no es visible a sus ojos.
Muchos siglos después Rubén Martínez da su versión del Espíritu Santo en u obra y recurre al vacío entre las dos grande culatas de su edificio, que no poseen columnas que interrumpan nada al espectador, en una pared coloca con un juego soberbio de vidrios incrustado un enorme ojo que “todo lo ve” que representa al padre, y frente a él a su hijo crucificado, es entonces cuando ese pequeño espacio entre los dedos de Adán y el creador es expandido y se habita, se usa pero no deja de ser un vacío, y acá este se pinta de colores etéreos de luz que es intangible pero ahí está, existe pero no puede ser dominada, ni detenida, solo se puede dejar que te toque como usuario, y esta es la fenomenal idea del diseñador, hace el vacío un elemento del edificio, logrando con esto una obra arquitectónica que al mismo tiempo es una obra en movimiento constante, una idea que se representa a cada uno de los segundos en que se usa como escultura cinética de Calder.
Martinez evidencia su alma escultórica proponiendo vivir una escultura por dentro, con todo el misticismo posible, uno bien logrado, dulce al ojo, en el que todo lo que contiene parece liviano, transparente en silencio y justo en su lugar.
En la arquitectura lograr la abstracción lo es todo, la propuesta de un diseño cuando es significativo debe de llevar simbolismo, debe de ser una idea que fue digerida en la cabeza del creador una y otra vez, y es acá donde somos a veces atrevidos al definir la arquitectura como un arte, cuando no pensamos como artistas y tal vez deberíamos hacerlo.
Un diseñador (de cualquier área) que pueda ver más allá de su propio trazo y pueda despojarse de lo cotidiano encontrará productos poéticos y memorables y para esto es el aula el mejor lugar para lograrlo, siempre y cuando el profesor entienda que el vacío existe y lo promueva.