Mucho se ha escrito sobre como los diseñadores
y arquitectos, salen a la calle y no
pueden dejar de consumir formas, materiales
y colores, para muchos de quienes nos acompañan podemos resultar aburridos,
sonamos, para otros (la mayoría) como engreídos y críticos a tal punto de
disculparse de antemano por si algunas vez cometen el error de invitarnos a sus
casas creyendo que caeremos como todo un snob posmoderno destruyendo su “humilde
espacio”, por fortuna hay quienes nos disfrutan y cometen el error de volverse también
observadores de su entorno ellos nos recuerdan y digo error porque es algo a lo
que muy probablemente jamás logren escapar.
Mirar se vuelve
una distracción, un entretenimiento, algo que nos absorbe, eso paso hace unos días
en una visita de campo universitaria sobre una consulta ciudadana en una ciudad
puerto de El Salvador, no es necesario detallar lo poco soportable que es para mí
habitar una ciudad caliente pero asi es, entonces en búsqueda de un poco de “aire”
decidí moverme, de la zona delimitada para la consulta y explorar un poco la
escuela que usaban para tal acto, era claro que nadie notaria mi ausencia lo
curioso era que no sería necesario cruzar ninguna barrera clara más que una
cancha de futbol muy pequeña para encontrar un edificio que me hizo (como todos
los buenos edificios hacen) sonreír. Pero en esta ocasión la sonrisa era doble porque
la escuela que estaba frente a mi me daba la razón en mi lucha constante por
creer para mí mismo que se puede hacer buena arquitectura en este país solo
falta el deseo, y ser bueno, lo demás viene por su cuenta.
Encontré a pasos
una escuela que nada envidiaría a cualquier publicación “feisbuquera” de
edificios de arquitectura utlitaria con un uso de materiales “distinto, unico y original” y casi
una oda al mundo hipsteriano que temporalmente habitamos, con la enorme
diferencia que este tiene mas de 40 años y no es obra de un estudio con nombre
estrafalario y de jovencitos vestidos
extrañamete y barbas fuera de tiempo.
La escuela es
ahora el Liceo Acajutla, es una composición básica de volúmenes alineados que
claramente formas individuales con un ritmo claro y sin jerarquía enfatizada,
lo llamativo de la forma es el uso de los materiales de manera franca y limpia,
hasta con una arrogancia de dejar claro que el material se subyuga a la forma,
es evidente que el diseñador sentía el mismo calor agobiante que yo experimenté
minutos antes de pararme a la mitad de la cancha y empezar a tomar fotos del
conjunto, entendió que las obras deben de adaptarse a su entorno y clima, supo
que los estudiantes no aprenden igual si se sienten ahogados por el calor de la
zona costera, supo que su reto era climatizar los espacios sin ayuda de un cómodo
sistema mecánico, asi que dio a las aulas una “piel” con la cual transpirar,
con la cual intercambiar calor con las corrientes de aire del mar, ¿y que
utilizo para eso ante la clara limitante económica? Los mismos bloques que
usamos en los edificios calientes, oscuros y enclaustrastes que ahora llamamos
modernos, bloques de cemento apilados de manera distinta y estratégica, de tal
modo de no distraer al alumno, de el centro de su clase pero permitiendo también
el paso de la luz, todo en un ritmo de formas honestas y simples.
Los espacios comunes
y abiertos tienen otro tratamiento de circulación de aire y barreras físicas resueltos
con planos seriados que nuevamente hacen privado incluso el juego del recreo,
dando con estas formas seriadas, la separación de los volúmenes principales del
edificio.
Mirando con
cuidado me encontró una religiosa que
justo después del saludo entendí que debía explicar mi sonrisa al ver las
paredes sin decorados ni colores más que el gris del cemento, le dije que era
arquitecto y que su escuela me estaba enamorando, ella no hizo caso de mi poesía
y me invito a traer a mis hijos el próximo año a estudiar ahí, explique qué
hijos no habían ni habrán pronto, así que ella vio desvanecerse un potencial
cliente, y supe que así era porque de inmediato empezó a contar las peripecia económicas
del ahora colegio privado que nació como solución educativa para los hijos de
los empleados de la refinería de petróleo RASA y subsidiada por la misma pero
que después de un tiempo paso a sus manos como congregación católica, y ahora deben de encontrar manera de solventar
gastos, con matrículas por estudiantes, donde claro mis hijos inexistentes me
vuelve menos interesante, pero tal vez aun algo confiable porque me dejó
entrar, explico algo de historia pero no parecía muy cómoda con las fotos, así
que no logre la cantidad ni la calidad que hubiera deseado, pero fue amable con
solo dejarme pasar y contar algo de historia, el edificio no tiene placa de
diseñador, cosa agradable (aunque a veces útil) por que vuelve anónima la buena
arquitectura y eso la limpia de egos, más en un proyecto que más de 40 años atrás
entendía lo que ahora solo es una moda “social” y que es integrar tu edificio
al entorno hacerlo “amigo del medio ambiente” (nótese la ironía)
Dejé el recorrido muy amablemente guiado, agradeci el tiempo invertido en mi y en oir mi nuevamente segura explicacion de formas, regrese a mi silla a escuchar la ponencia bajo calor sofocante, pero satisfecho por que será siempre
agradable encontrar diseños creativos y satisfactoriamente viejos, que nos
demuestren que ser bueno no tiene épocas, solo se basa en el deseo de serlo…